La luz blanca se refleja sobre la nieve tupida y en la profundidad del bosque,
la mirada de un robusto arce se detiene frente a la mí­a, directa, excita mis
sentidos y afina mi visión fotográfica, cuando entre flotantes, livianos, dulces
destellos de luz un árbol recio tiende su rama, ofreciéndome una sorprendente
visión. Solo tras mi cámara, una esfera metálica desciende entre las texturas
del follaje. La perspectiva del bosque se acentúa y mi emoción queda atrapada
por la magia del instante, en el cual, la luz inunda el espacio y a través del
océano de suave, cálida, tersa energía que me envuelve puedo ver y percibo, como pequeñas proyecciones de estructuras complejas se expanden sobre mi cuerpo, de forma progresiva, ascendente, comienzo a flotar en el espacio frente a un
paisaje de sólida arquitectura lineal, matemática, precisa, rítmica, sin límite
en el horizonte, tan solo el espacio, como una cúpula habitada por extensos
puntos de luz que se desplazan, protegen mi visión del vértigo.
Estoy en el bosque. Tiendo mi cámara y fotografí­o. Ahora puedo verlo, es una muestra, una diminuta prueba, un recuerdo tangible, visible, materializado en la fotografía. Lo puedo reconocer, pertenece a otro tiempo. He estado allí. Quiero volver. Lo haré.